El verano del año pasado, cuando aún no teníamos ni idea de en lo que podía convertirse el 2020, se estrenó una minidocu-serie Los últimos zares sobre la caída de la dinastía Romanov en Netflix.
La caída de la dinastía Romanov, los últimos zares, en Netflix
Seis episodios de entre 45-50 minutos relatan el reinado del último zar de Rusia, Nicolás II (Robert Jack), más conocido por la figura de Rasputín, la leyenda de su hija Anastasia y, el fin del legado Romanov, dando lugar, poco a poco, a la instauración de la Unión Soviética.
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Pese a que hay licencias u “olvidos” históricos –y no mucha similitud física entre actores y personajes– no creo que sea una mala representación del reinado del último zar. Ni siquiera un mal reflejo del absolutismo de los Romanov o de las revueltas obreras y campesinas; de cómo la indignación e injusticia del pueblo se torna en hostilidad, rabia y acción.
Hay que recordar que es una docu-serie
Las actuaciones, salvo particularmente la del actor Ben Cartwright (Rasputín), no son muy destacables, sin embargo, los escenarios, vestuarios e imágenes o grabaciones reales otorgan un aire verosímil a la serie. Además, la inclusión de ciertas intervenciones por parte de estudiosos –particularmente británicos y norteamericanos– explican, con rigor y en mayor detalle, cada suceso. Para algunos quizá resulte intrusivo, sin embargo, una vez una se acostumbra, debido a la función práctica de estos comentarios, los apuntes resultan casi necesarios.
El místico, milagroso y manipulador Rasputín… y el sexo
Si bien no solo las licencias históricas o los comentarios pueden molestar al espectador. Y es que también la figura de Rasputín ha sido foco de críticas. Su fama, basada en orgías y embaucamientos a gran parte de la nobleza femenina, entre ellas a la Zarina, le precedía. Esto, junto a su carisma, habilidad manipuladora y supuesto don curativo, es lo que se lleva a la pantalla. No obstante, tanto es así que hasta su asesinato, nudismo y sexo son clave de gran parte de sus escenas. Son tan numerosas, en comparación con el corto metraje de la serie, que resultan verdaderamente innecesarias. Además de, evidentemente, la poca practicidad para la trama, tras un par de ellas.
De hecho, varios de esos minutos dedicados a la libidinosidad del monje podrían haberse invertido en el desarrollo de las jóvenes Romanov o el heredero de la dinastía, que apenas tienen líneas a lo largo de los episodios; tal vez mostrando más a fondo la labor de enfermeras de las dos duquesas mayores durante la Primera Guerra Mundial o las complicaciones de salud del pequeño de la familia, pasados los años.
Luces y sombras en Los últimos zares
Esta docu-serie de Netflix cuenta con más luces o sombras, según quien sea más o menos estricto con la “fidelidad” a la historia y, en concreto, con los últimos zares y la caída de los Romanov.
Para aquellos que nos entretiene este género y perdonamos con mayor facilidad los “deslices” históricos o simplemente sabemos que no todo va a ser verdaderamente rigoroso, se pasa el rato y hasta se aprende un poquito (como que, sí, el último zar tenía un dragón tatuado en el brazo).
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